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Marionetas desmadejadas. Basado en un hecho real, de Leonel Tuana

leonel-tuana-portada-diario-uruguayLOS CUENTOS DE LEONEL TUANA.

A lo largo de mi carrera como periodista apareció siempre en mis recuerdos aquella noche en el club político de la calle Paraguay. Para ese entonces yo había intervenido en varios episodios donde la policía invadía determinados lugares de Montevideo. Por supuesto que todavía lo hace y por eso mi memoria me lleva a contemplar momentos en que la vida y la muerte juegan papeles decisorios en el drama de los agentes policiales. Los policías que protagonizaron los sucesos que aquí se cuentan arriesgaban su vida como todos los días para erradicar de Montevideo las bandas de asaltantes tal como ocurre también hoy en día. El club político que mencionamos era una fachada que los asaltantes habían creado para distraer las investigaciones policiales. Todo duró apenas 2 o 3 minutos, no más. El oficial que estaba a cargo era un Militar que se haría famoso años después.
Atravesar aquel pasillo en penumbras no era para los más pusilánimes. Había que surcar en medio de un silencio sepulcral hasta la última pieza con el peligro que el enemigo despertase a tiempo para atacar a los dos primeros del grupo que seguramente caerían atravesados por las balas. Dejemos ahí la parte medular de este relato. Porque todo se hizo en las sombras y sin que nadie dijese una sola palabra en este episodio. La muerte sobrevino sin previo aviso, sin gemidos, sin ninguna de las clásicas imprecaciones que suelen intercambiar atacantes y atacados. ¿Qué sucedió segundos después?, léalo de principio a fin para tener una idea clara de cómo cierta gente se juega la vida en el mundo policial y en mundo del delito al mismo tiempo.

MARIONETAS DESMADEJADAS
Basado en un hecho real
La fuerza de choque subió a los camiones en completo silencio. Solo se escuchaba el golpeteo de las botas al pisar el andamiaje de los vehículos que se bamboleaban con el peso de los cuerpos armados hasta los dientes. El Jefe de la Guardia Republicana ordenó amartillar las armas y un enorme y seco repiqueteo se esparció por el cuartel. Los tres camiones invadieron la madrugada de Montevideo para llegar a la pensión e improvisado club político al mismo tiempo, en la calle Paraguay casi Paysandú.
Era imposible pensar que el silencio mas completo podría rodear el movimiento policial cuando los camiones llegaron a su objetivo, pero lo hicieron tan sigilosamente que en menos de 5 minutos todo estaba rodeado.
Varios tiradores se apostaron en las azoteas, otros lo hicieron cubriendo ambos lados de la puerta de ingreso, otros se ubicaron en la esquina sur y varios formaron una estrecha fila para recorrer un oscuro y profundo corredor. Era tal el movimiento silencioso y preciso de los hombres armados, que nadie parecía despertarse entre la cantidad de piezas de inquilinato habitadas por todo tipo de personas. Muchos eran descuidistas, otros carteristas o rateros de poca monta aunque con ellos convivían familias enteras de gente honesta y de trabajo pero los de la pieza del fondo eran otra cosa.
Los dos delincuentes buscados esa noche tenían 4 muertes entre Buenos Aires y Montevideo, innumerables asaltos a mano armada, secuestros y violaciones. La Federal argentina los sindicaba como muy peligrosos. Un dato fidedigno llevó a la policía uruguaya hasta ese rincón del centro de Montevideo.
El jefe encabezó la marcha casi en punta de pie, detrás iban hombres con metralletas listas para disparar. El jerarca policial hizo una seña con la mano y tres soldados que integraban la fuerza arremetieron con sus hombros contra la puerta que cayó con un enorme estrépito.
Gritos, puntapiés, golpes con las culatas de las armas, insultos, trompadas y un revoltijo de sabanas, frazadas, almohadas y cuerpos, tiñó la noche en aquel cuarto, con olores nauseabundos donde se mezclaban aromas de cigarrillos consumidos , alcohol, suciedad, sudor y sexo donde nadie encendió una luz.
La lucha fue corta y violenta. Cuando las luces regresaron al lugar quedó a la vista un espectáculo sangriento.
Los dos delincuentes estaban bañados en sangre la que también manchaba muebles, paredes y los uniformes de varios atacantes.
Como testigos mudos de aquel drama, dos grandes pistolas calibre 45, aún estaban firmemente empuñadas en las manos de los muertos, cuyos cuerpos destrozados parecían marionetas desmadejadas.

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