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El pensador, de Antonio Pippo

El Palenque de Antonio Pippo Pedragosa.

Y si es verdad que muchos políticos requieren de la autoayuda literaria es porque padecen neurosis.

-Se me acabaron los chistes.
He dado por sentado –que no quiere decir que vaya a depositar algún pensamiento en una silla- que a muchos políticos vernáculos les hace falta leer, o aprender a hacerlo, libros de autoayuda.
Note usted, lector, el delicado uso del plural: libros, no un libro cualquiera de autoayuda.
Estoy persuadido que tales políticos necesitan lectura variada y abundante de esos textos. Nadie se haga idea de que el abundamiento cínico, hipócrita o simplemente imbécil de sus discursos, por decir algo piadoso, se arreglará con algún Rolón aislado o un Coelho de ocasión.

Y si es verdad que muchos políticos requieren de la autoayuda literaria es porque padecen neurosis.
¿Ejemplos quiere el ciudadano atento, tal vez con expectación intensa? ¿Quién soy yo para negárselos?.

El ministro de Economía, Danilo Astori, necesita ayuda para curar su neurosis, quizás tardía enfermedad que se le advierte cuando comenta que el país tiene una cantidad excesiva de funcionarios públicos o que el déficit fiscal nos compromete cada día más, y entonces convoca, anteayer, como si estuviese hablando de algo novedoso, a trabajar para resolverlo.

Ya decía Adler que la ficción típica que caracteriza al neurótico le exige una suerte de “conversión”: darle vuelta a las palabras, invertir la reflexión, transformar el arriba en abajo, derecha en izquierda, y todo con arreglo a fines de “defensa destructiva”.

El doctor Luis Lacalle Pou necesita ayuda para no saltar de una especie de placidez contemplativa, cuando alrededor todo se sacude, a recitar de pronto, meciéndose el pelo rebelde cada diez segundos, un rosario de promesas del tipo “no más impuestos, no más aumento de tarifas, descenso de la desocupación, corrección del déficit”, etcétera, al modo de una compensación, reforzada y exaltada, de un niño neurótico afectado de
inseguridad.

El legendario doctor Sanguinetti, aunque ha engullido cuanto libro se cruzó en el camino, necesita también ayuda para que su neurosis deje entenderle mejor cuando baja la voz al final de las frases y recuesta su papada sobre el pecho; y lo mismo para que no sea un intríngulis su estrategia de alianzas, inescrutable cual si se secreteara debajo de un empapelado.

El señor Mieres necesita ayuda porque ha vuelto a desnudar que es posible tropezar más de una vez con la misma piedra. En su caso, en los planes de aumentar el caudal de votantes. Es que siempre podrá comprobarse que el neurótico se aferra con fuerza a lo que cree “su molde de seguridad”, aunque la realidad le demuestre cada día que ese molde se convertirá en la más perfecta metáfora de un fracaso.

El economista Talvi -¿acaso educador, filósofo, metafísico?- necesita ayuda para no creerse, por imperio de la neurosis, su propio verso, repleto de artificios, de que viene con él un resplandeciente porvenir tan sólo porque antes andaba siempre de traje y corbata y ahora aparece por todas partes de camisa arremangada, parloteando en castellano de boliche.

¿Otros ejemplos?
Bueno, amigo, si insiste. Pero sólo un par, al pasar.

El ex feriante Novick necesita ayuda porque su patología lo ha llevado a una de aquellas “conversiones” –y retorno a Adler- “a la búsqueda de burlar al destino esperando lo contrario de lo que se desea”. O de lo que se ha contribuido a destruir en pedazos que andan por el aire. Es decir, la mentira a sí mismo.

Y el buen espadachín Salle, finalmente, necesita ayuda ya que su estado neurótico le lleva a buscar un punto estable en la inseguridad permanente. Su cuasi acrobática gesticulación, sus desproporciones verbales y ese raro sosiego que le atrapa tras los excesos revelan que su dolencia psicológica le da un rasgo distintivo: decir más cosas, acusar más, exigir hasta el dolor, es heroísmo. Retórico.

Y, claro, siempre aparece Bertrand Russell: “Hemos aprendido a comprender y a dominar, en una manera aterradora, las fuerzas de la naturaleza exteriores a nosotros, pero no aquellas que están encarnadas en nosotros mismos”.

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