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”Las historias de Snapchat expiran de nuestra memoria a casi a la misma velocidad que lo hacen de nuestros teléfonos"

LA NACION DIGITAL DE JULIAN GALLO. En un almuerzo que tuve días atrás comenté que no encontraba una palabra exacta para describir qué distinguen las historias de Snapchat de todas las demás. La única palabra que se me ocurrió en ese momento fue “presencialidad”, que aunque creí estar inventando ya existe en el diccionario. Quería usar una palabra nueva para expresar algo difuso que creo identificar.

“…ahora estoy más convencido que antes de que no es proximidad lo que crea Snapchat, sino exactamente aquello que quise decir: presencialidad”

julian gallo y eduardo merica fundamerica
Una de las personas que me escuchaba me corrigió de inmediato. Dijo a los otros que estaban en la mesa, como si me tradujera: “Lo que quiere decir es ‘proximidad’”. No quise discrepar con alguien que sabe mucho más que yo de casi todo y en ese momento pensé que tenía razón. Pero me quedé pensando, y ahora estoy más convencido que antes de que no es proximidad lo que crea Snapchat, sino exactamente aquello que quise decir: presencialidad. Proximidad se refiere a lo cercano. Por ejemplo, el supermercado de los chinos de la vuelta está próximo, el invierno está próximo, mis vecinos están próximos. Pero la presencialidad se refiere a estar presente, a estar ahí, física o mentalmente.
En las historias de Snapchat, formadas por fragmentos de videos o fotos unidos de manera rudimentaria en un orden cronológico, aparece una sustancia indefinida que no detecto en otros medios. Se trata de una textura hiperreal que aporta la sensación particular de participar en una historia. Las imágenes simples de los teléfonos celulares, la actuación sin edición de los protagonistas frente a la cámara, la visión directa de los hechos (los videos de las historias no se pueden “subir” desde otros dispositivos, ni siquiera pueden estar pregrabadas) crean un efecto que nos emplaza en un lugar al que no asistimos. Es muy parecido a tener recuerdos vívidos de acontecimientos que no experimentamos.
Puede ser cualquier cosa, la entrega de MTV Movie Awards, el partido de Barcelona y Real Madrid, el casamiento de un desconocido, una mujer cocinando, la vida de Neymar, una pareja desayunando en Palermo… No importa qué, lo que sea visto en una historia de Snapchat nos dejará por un momento un rastro de experiencia auténtico.
Las historias de Snapchat expiran de nuestra memoria a casi a la misma velocidad que lo hacen de nuestros teléfonos. No podemos volver a ellas y al rato las olvidamos. Esa condición las hace todavía más auténticas, más parecidas a lo que presenciamos. ¿Qué recordamos de ayer? ¿Qué cenamos el miércoles pasado? ¿Podríamos recordar una conversación mantenida el domingo? ¿Y el otro? ¿Qué podríamos evocar de lo que sucedió diez años atrás? Poco.
No importa el esfuerzo que hagamos, los recuerdos también se extinguen. De los innumerables hechos que vivimos, lo que queda entra en un dedal y la mayoría de esos recuerdos fueron reescritos tantas veces que están lejos de lo que vivimos (lo dice Daniel Kahneman) . Dejamos una vida fugaz casi sin rastros, como las historias de Snapchat que cada día veo en mi teléfono antes de que se borren para siempre, como todo lo demás.

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