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La Rinaldi a Ramón Mérica… «No entiendo cómo, todavía, no has entrevistado a Pierina DealessI»

TROTAMERICA POR BUENOS AIRES. Pierina Dealessi con Ramón Mérica para VOCACION FM.

 

fue la amiga más íntima que tuvo Eva Perón, la mujer que cuando Eva llegó a Buenos Aires le tendió la mano, una especie de madre adoptiva que encontró en la gran ciudad cuando vino de su provincia con las ambiciones de ser actriz.

Jamás se me hubiera ocurrido hacerle un reportaje porque como personaje no me interesaba. Fue en una madrugada que caminábamos con Susana Rinaldi por Buenos Aires -después de montañas de pizza en Los Inmortales apenas terminó La Rinaldi su show en el teatro de la calle Maipú adonde la fuí a buscar- que en medio de la conversación me sugirió:

-No entiendo cómo, todavía, no has entrevistado a Pierina Dealessi.
-¿A Pierina Dealessi? ¿La que siempre hacía de tía o institutriz italiana o alemana en las películas argentinas?
-Sí, ésa, me recalcó la Rinaldi.
Me quedé tan frío con la sugerencia que no tuve que pedir ninguna explicación porque vino sola:
-Entiendo que no te interese como actriz o como personaje porque ha sido una buena característica y nada más, pero no sé si sabés que fue la amiga más íntima que tuvo Eva Perón, la mujer que cuando Eva llegó a Buenos Aires le tendió la mano, una especie de madre adoptiva que encontró en la gran ciudad cuando vino de su provincia con las ambiciones de ser actriz.
-Juro que no lo sabía.
-Bueno: ahí la tenés. ¿Vos no decís que muchas veces es más rico el testimonio que puede dar el allegado a una personalidad importante que la personalidad misma?. Aquí tenés un buen ejemplo: ya que no podés entrevistar a la propia Eva, vive en cambio la mujer que según se dice la conoció más, la trató más, la ayudó más.

Cuando nos separamos, con el alba a nuestras espaldas, pensamos cada uno cómo ubicarla al día siguiente -en las horas siguientes- porque la única pista segura que teníamos era la de que en ese momento Pierina Dealessi estaba trabajando en una serial de televisión: Me llaman Gorrión, que se grababa en no sabíamos qué canal. Dos días más tarde, cuando yo había agotado las posibilidades de mi agenda para poder ubicarla me llama la Rinaldi para preguntarme cómo iba la pesquisa. Le contesté que en cero, y entonces saltó: Llamá a la Asociación Argentina de Actores; ahí la tienen que tener fichada. Y la tenían nomás.

Debo confesar que no tenía la menor idea de con lo que me iba a encontrar, salvo con una viejita que en ese momento estaba en el tapete a raíz del retorno de Perón a Buenos Aires, porque ella sigue siendo de las justicialistas sin atenuantes. Hasta ese momento el personaje me había pasado desapercibido, pero durante los días que buscamos su paradero ví que diarios y revistas, canales y radios se ocupaban ruidosamente de ella y la sometían a largas memoraciones, la retrataban así y así, la obligaban a reflotar un pasado donde -sin ningún disimulo- el personaje que aparecía era otra mujer.

Es el mismo personaje -por qué negarlo- que yo también fuí a buscar a un modestísimo apartamento de la calle Paraná, un enorme personaje que ella cobijó, ayudó, albergó, aconsejó y que con el tiempo se transformaría en uno de los mitos políticos de esta América, en una figura que ya le anda rondando a la leyenda.

Pero lo que realmente me impresionó de todo lo que conversamos con Pierina Dealessi -además de los detalles invalorablemente íntimos y desconocidos que dejó caer sobre su otrora poderosa amiga- es que todo ese testimonio no se refería a hechos arcaicos o muy lejanos: estábamos hablando de alguien que había muerto apenas veinte años antes, cuando sólo tenía treinta y tres, y entonces mi imaginación no se podía resistir a revivir la imagen de aquella imponente mujer arengando desde los balcones rosados de la Plaza de Mayo, aquella titánica caudilla que les hacía frente a los metalúrgicos de Avellaneda de igual a igual, aquella dulce señora de tailleur y rodete de trenza que por la mañana visitaba una escuela de sordomudos con su nombre, aquella ex actriz que por la tarde concentraba sus simpatías con las estrellas del cine y de la radio que le eran fieles en un ateneo con su nombre, aquella especie de reina bastarda que por las noches irrumpía -esplendente, majestuosa, como la construía Jacques Fath desde París: fatigada de armiños y esmeraldas- en un teatro que no llevaba su nombre porque a un navegante español nacido en Génova se le había ocurrido la mala idea de llegar antes que ella a estas tierras.

EVA PERÓN, DESDE EL BALCÓN: «…la imagen de aquella imponente mujer arengando desde los balcones rosados de la Plaza de Mayo, aquella titánica caudilla que les hacía frente a los metalúrgicos de Avellaneda de igual a igual, aquella dulce señora de tailleur y rodete de trenza…

No puedo disimular mi admiración por esa mujer, esa bellísima mujer que se extinguió a los treinta y tres años dejando tras de sí una aureola, una imagen, una conciencia popular; una mujer que en escasos siete años se edificó -quizá sin saberlo: de ahí otra zona de su grandeza- los pilares de una personalidad que las generaciones venideras, aún antagónicas a su lucha, irían revistiendo con los misteriosos e inasibles oropeles de un mito.

Un mito que cuando uno camina por Buenos Aires, cuando uno baja o sube de un subte, cuando uno se detiene a leer algo sobre una pared, reedita el mismo pase de magia del Ave Fénix. Un mito con el que compartí un día en un modestísimo apartamento de la calle Paraná, entre cuatro paredes que alguna vez albergaron a la muchachita de Junín que quería ser actriz y que sólo pedía un rincón en ese cuarto para pasar la noche porque el teatro es duro y los ensayos fatigan. En ese momento ella no sabía que al poco tiempo le tocaría interpretar un papel terriblemente difícil, tan difícil como que le costó la vida en la inolvidable escena del balcón. No estaba haciendo Shakespeare: era otro amor el que interpretaba.

«Señor periodista: Cuando venga tómese el trabajo de ir hasta el quinto, porque subí a almorzar, así bajamos a hacer la nota. Pierina».

CONTINUARÁ (En el libro que estamos por reeditar “AGONISTAS Y PROTAGONISTAS” de Ramón Mérica).

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