Veredas

La Posta del Chuy: Un documento de piedra capaz de preservar secretos de la patria

VEREDAS CAMINADAS POR RAMÓN MÉRICA (Archivo: Domingo 15/06/1997)

Es muy raro el uruguayo que no haya oído hablar de ella, de su calidad de legado histórico y al mismo tiempo de su pétrea arquitectura, pensada y llevada a cabo como como una excelente construcción de cuño medieval. Se la llama la Posta del Chuy, pero a no confundir con los límites esteños con el Brasil: sus dominios están en el departamento de Cerro Largo, donde es imposible sustraerse al encanto de ese viejo edificio. “Veredas” anduvo por allí.

postadelchuy.Veredas
Esos montes y aquellos cerros no tienen la somnolencia tan peculiar de las serranías minuanas, quizá por la discreción de una presencia que no se borra nunca ni que tampoco jamás aburre cuando abrazan a la delicada Minas, pero el paisaje oriental al atravesar los arcaicos  predios arachanes contiene el mismo misterio, el mismo silencio, la misma hidalguía serena de otros verdores y otras piedras y otras aguas uruguayas. Es una travesía gozosa, sobre todo en otoño, cuando los verdes luchan a rama partida con los dorados y los rojos que vienen a ocupar su imperio hasta los grandes fríos, una travesía que vale por sí  misma, sin ningún aliciente ni ninguna promesa de asombro o culminación. Sin embargo, hay una culminación, no hija de la naturaleza sino del casamiento entre el ingenio del hombre y el capricho incomprensible de la naturaleza, lo que puede deparar el final del camino. Y al final del camino, como dice la canción sobre la Puerta de Alcalá, “allí está. Allí está, viendo pasar el tiempo…”Así lo ha visto pasar desde que sus piedras, no unidas con argamasa sino calzadas una junta a otra, supieron transformarse en una herencia de memoria en la que tienen que ver los orígenes del país, sus luchas fraticidas, sus anhelos económicos, su historia, en fin.
“Allí está”, anuncia Fiorella Manini de Bocking -acostumbrada a hacerla descubrir a los huéspedes europeos y norteamericanos que recalan en su refinada estancia turística en el Paso de Taborda, a 12 quilómetros de Melo. A la misma distancia, pero para el otro lado, se yergue esa joyita de silencio y de piedra  que nació para una eterna conversación con el arroyo Chuy del Tacuarí. “Dicen que en América hay solamente otra posta como ésta; es decir: con estas características”, apunta la anfitriona, “y está en el Perú”.
 
puente Posta del Chuy
AQUI PASA SOLAMENTE EL QUE PAGA
Hay, evidentemente, ecos coloniales en las vestiduras del legendario edificio, en realidad, de los legendarios edificios, que abren paso, como corresponde, cuando el puente dice que que se puede pasar. Y ese puente es el primer asombro de la visita, no solamente porque no ha conocido otra amistad más que la de la piedra, sino por su diseño de balconcitos en semicírculo que operan como descanso o como puntos para la contemplación del paisaje, siempre y cuando no se mire hacia abajo, porque esos mediopuntos no son sino tubos cortados al medio que se hunden en el agua a jugar con los matorrales indígenas, provocando la sensación plástica de que su autor debe de haber sido, sin ninguna duda, alguien que sabía lo que hacía. Alguien, quizá, que había visto muchos puentecitos medievales.
“Según dice mi madre”, sigue acotando la guía voluntaria, “ella vio un puente muy parecido en las landas francesas, y tengo una amiga que asegura haber visto otro muy parecido en el País Vasco”. Y aquí viene la primera casualidad: Decir “vasco” es decir “la Posta del Chuy”. Por qué? Porque fue un vasco francés quien, en junio de 1855, inició la construcción del precioso puente. No solamente precioso, sino preciado, ya que sería el responsable de poder unir en la indomable geografía uruguaya, a las villas y pueblos hasta entonces completamente desconectadas, muchas veces a causa de las inundaciones, de los arroyos bravíos y de los pasos difíciles como el del arroyo Chuy del Tacuarí. El puente de Juan Etcheverry fue una de las primeras obras viales  de construcción privada del país y fue costeado con el cobro de peaje a vehículos, ganados y jinetes. No se sabe a ciencia cierta el día exacto de la inauguración del puente; lo que si se ha podido comprobar es que en octubre de 1856 se produjo una enconada protesta vecinal ya que “el Vasco” estaba cobrando el peaje cinco reales en lugar de cuatro, como se había estipulado. Si no se le pagaban cinco reales, la cadena no se levantaba. Este es otro hecho curioso: en el interior de la casa de la Posta hay una enorme polea donde se enrosca una cadena como de barco. Haciendo girar la polea hacia un lago o hacia otro, la cadena se baja o se levanta, unida al otro lado del puente. Muy fácil, con la cadena levantada a un metro más o menos del suelo, nadie podía atravesar el arroyo, ni diligencias ni carros ni ganados ni jinetes. Al pagar los cinco reales, la cadena se convertía en un gran reptil serpenteando sobre el piso del puente y así dejaba el paso libre. Todo ese mecanismo se mantiene intacto, sin cobro de peaje, claro está para ser observado, en lo que es hoy el Museo del Gaucho, del Campo y la Frontera.
ANTIGUOS PASES DE MANO
Lástima que en una de las primeras edificaciones al cruzar el puente, seguramente la principal, la pulpería sea simplemente una estampa de museo, con su protección de barrotes de madera y no de hierro, aunque preserve con fiereza las yerberas, azucareras

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