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El País de Ramón Mérica en internet

DESCUBRÍ A RAMÓN MÉRICA. Hacia principio de los sesenta se deslizó, mejor diríamos se insinuó, en las redacciones de los periódicos, en los pasillos de los teatros, en los espacios indolentes de los <<vernissages>> (así era entonces) la figura de un joven provinciano, pequeño y furtivo, correctísimo vestido y engominado, de buenas maneras, tímido, delicado, pronto a ruborizarse, pero incapaz de disimular un rictus de ironía que le iba de la boca fina a las cejas muy altas, pasando, como una brevísima descarga eléctrica, por unos ojos penetrantes que desmentían tanta inocencia.

Detrás de esa apariencia probablemente calculada en las tardes salteñas y ensayada frente al espejo de salas sombrías y solitarias, latía, rugía, sordamente, una desmesurada apetencia de observación, de conocimiento y reconocimiento, de profundización de la sensibilidad y del refinamiento. Era un muchacho de personalidad original. Iba a ser un periodista único.

He empleado la palabra desmesurado y me vuelve desde cada ángulo en que procuro entender y explicar a Ramón Mérica. Desmesurado en sus pasiones, en sus apetitos, en sus extravagancias, en su audacia llevada muchas veces hasta la peligrosidad, para riesgo propio, sobre todo. Con mucho del <<esteta>> del siglo XIX (de Ruskin, de Wilde, de sus epígonos montevideanos de principios del veinte) lo que era un anacronismo con mucho de provocación en años en que la hegemonía del existencialismo, fueran sartreano o cristiano, y la consigna del <<compromiso>> se proponía enterrar para siempre el mundo exquisito en que habían florecido los prerrafaelistas ingleses, el simbolismo francés, el Art Nouveau, el Jugendstil, que eran las fuentes en que había bebido ávidamente Mérica. Por ser tan fiel a sí mismo, nadie pudo con él. Ni sus propios excesos.

(Parte del Prólogo escrito por Antonio Larreta para el Libro Veredas – 23 crónicas de El País 1996).

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