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El jardín de los amores que se bifurcan

LAS GRANDES ENTREVISTAS DE RAMÓN MÉRICA. ElPaísdeMérica

¿Es o no es? A las siete de la tarde el hormiguero humano en la esquina de Callao y Santa Fe parece que se ha multiplicado, pero de entre todos esos miles de rostros que se cruzan y entrecruzan hay uno que parece muy distinto, lejano, y así es que pasa por mi lado. ¿Era o no era? Desando mis pasos, vuelvo media cuadra y la vuelvo a cruzar, parece que es ¡claro que es!

-¿La señora Kodama?
-Sí.

-No sabía que estaba en Buenos Aires…
-Llegué ayer…

Como en algunos filmes de Truffaut, soy el personaje que debe contar en dos minutos casi toda una vida, y así me doy cuenta que hace un cuarto de hora que hablamos entre la muchedumbre y las bocinas, hasta que:

-¿Tomamos un café?
-Tengo un ratito…

A dos pasos el Petit Caffé parece haber estado esperando toda la vida para este encuentro. Rutilante con sus arañas y su sillería LUIS XVI, sahumado de teteras y tostadas, los espejos repiten infinitamente el medio perfil de esta señora de notorios ancestros asiáticos, el pelo de plata seguramente cepillado todas las noches o todas las mañanas, su rostro, merodeando la cincuentena, sin una gota de pintura.

(Jamás me pinté: a los catorce años mi madre me regaló una caja de pinturas que nunca llegué a usar). Las manos como dos pequeños pájaros apenas interrumpidos por breves anillos de plata, con la serena majestad de un gato en todos sus movimientos, la voz, modulada hasta la  perfección, como hechicero vehículo de comunicación.

Es la voz que durante más de treinta años tendió hilos con el impresionante universo poético de Jorge Luis Borges, de quien empezó siendo alumna, después su secretaria, luego su gran amiga y terminó siendo su mujer. De ese casamiento -efectuado hace dos años en Ginebra, adonde el maestro se retiró con ella para esperar la muerte-, se dijo de todo, todo lo bueno y todo lo malo, y una catarata de injurias y maledicencias
se descargó sobre esta pequeña mujer que ha vuelto a Buenos Aires para poner muchas cosas en orden, ahora que el vendaval se ha acallado y no hay gente tironeando por una cómoda o una sopera.

No del todo, deja caer entre uno y sorbo de café. voy a estar un mes arreglando cosas con mi abogado, cosas de todo tipo, porque he descubierto ediciones pirata de textos de Borges, antologías no autorizadas; en España hice detener varias ediciones no permitidas, y me he enterado, por ejemplo, de que el traductor al inglés se queda con la mitad de lo recaudado por las ediciones.
Por ese trajín y por otras razones que tienen que ver con ciertos desencantos con cierta prensa, María Kodama no concede reportajes, y hasta este momento sólo había aceptado un encuentro en televisión en un programa cultural. Pero tratándose de alguien que conoció tanto a Borges, no tengo ningún incoveniente. ¿Le viene bien el domingo a la una de la tarde en el Café La Fontaine, de las Heras y Austria?. Podríamos almorzar allí.

CONTINUARÁ

¿Quién es María Kodama?

María Kodama, la joven moderna y de carácter libre que enamoró a Borges
Se conocieron cuando ella tenía 16 años y era estudiante de Literatura. Juntos estudiaron literatura inglesa antigua, compartieron viajes, conferencias y los últimos días de la vida del escritor. Durante la presentación de su libro Relatos, reveló detalles de su intimidad y anécdotas divertidas con su gran amor.

“Cuando era chica, en una de mis clases de Literatura, me leen un cuento de Borges en el que él le dice a su ex enamorada que le entrega su soledad, el hambre de su corazón. Le pregunté: ´¿Qué es el hambre del corazón?´. La mujer me contestó que cuando creciera iba a conocerlo. El hambre del corazón era el amor”.

Por Karina Deschamps de TN

A María Kodama la curiosidad se le despertó de chica. A los cinco años ya sabía leer y escribir y representaba obras de teatro en las reuniones familiares, especialmente para las fiestas de fin de año. “Mis osos y mis muñecas era los actores de mis obras. Siempre me fascinó estudiar y me sigue pasando”, confesó con la mirada hacia abajo y los hombros encogidos desde la sala Domingo Faustino Sarmiento del Pabellón Blanco de la Rural, donde presentó Relatos, su último libro de cuentos.

María era de esas nenas que no se quedaba conforme y que exigía explicaciones que abrieran su abanico de respuestas y la condujeran a distintas conclusiones. Su amor por la literatura y su carácter tímido, pero libre, cautivaron al gran Jorge Luis Borges, su maestro y marido. Ella tenía apenas 16 años y era estudiante de Literatura. Él, en cambio, ya estaba en el apogeo, daba conferencias por el mundo y varias mujeres habían pasado por su vida.

“¿Qué quiere ese hombre con vos? Vos estudias, pero él quiere otra cosa”, le decía su mamá cuando Borges consiguió su teléfono de línea y la llamaba para hablar. Para ese entonces, ya se habían encontrado y estudiaban (por hobby) literatura inglesa antigua. “He peleado horrores con mi madre”, admitió ante el auditorio entre risas. Kodama, de descendencia japonesa, sabía lo que quería ser desde muy chica. No le importaban las muñecas, sólo leer y escribir. Quería enseñar, pero su timidez y bajo perfil la bloqueaban.

“Espero sepan disculpar que estoy totalmente afónica”, irrumpió durante la presentación de este libro cuya publicación fue casi excepcional. Kodama se rehúsa a publicar sus escritos. Tampoco sabe cuántos tiene. Relatos, esta pieza de cuentos, salió por el pedido de una persona ciega con cáncer terminal. A diferencia de Borges, ella siempre conservó el perfil bajo, la humildad de los grandes.


Su postura corporal ya lo revela, sobre todo, los hombros relajados en esa silueta de contextura delgada y pequeña. Su mirada fija y constante transmite transparencia y delata su interior. María prefiere esquivar hablar de ella y se refugia en los recuerdos, en las anécdotas y enseñanzas de vida: “Cuando era chica, en una de mis clases de Literatura, me leen un cuento de Borges en el que él le dice a su ex enamorada que le entrega su soledad, el hambre de su corazón. Le pregunté: ´¿Qué es el hambre del corazón?´. La mujer me contestó que cuando creciera iba a conocerlo. El hambre del corazón era el amor”.

Un oyente levanta su mano. Ella le cede la palabra. El joven se confiesa fanático de Borges. Lo rotula “el mejor escritor argentino”. Ella asienta con su cabeza pero en un silencio profundo. Luego, la pregunta: “¿Qué característica fundamental debe tener un buen escritor?”. María suspira, agacha su cabeza y piensa. Tras unos segundos de impasse, responde: “Pienso que es la manera de sentir la vida de cada uno, la forma de expresar en palabras los sentimientos y lo que uno vive. No hay una fórmula”.

Seguidamente, cuenta una anécdota. “Mirá, cuando tenía diez años llegó a mis manos una revista. Para ese entonces, yo no tenía una idea literaria de quién era Borges ni de nada. Sólo sabía leer y escribir. Tomé la revista y leí: ´Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche (…) ´. Ahí suspiré y dije: ´¿Qué es esto´. Lo leí hasta el final sin entender intelectualmente nada, pero quedé atrapada de tal modo por eso que estaba leyendo, que creo que si saldría una ley que dijera que hay que quemar todas las obras de todos los escritores del mundo salvando una pieza, sin dudas salvaría Las ruinas circulares de Borges”.

El auditorio permanecía en silencio, con ansias de saber cada detalle de esa exótica relación cuya historia se llegó a comparar con la de Yoko Ono y John Lennon. Con una voz baja y afónica, prosiguió: “Hará tres años, presentaban en el Salón del Libro de París una entrevista muy interesante que le hizo Victoria Ocampo a Borges. La entrevista era a través de fotografías. Ella se las describía y Borges le contaba qué había sucedido en ese lugar. Me lo dan a mí para que hiciera el prólogo. De pronto, llego a la descripción que le hace Ocampo a Borges de una casa con un jardín a la derecha y un patio a la izquierda. Y Borges automáticamente contesta: ´Ah, esa es la casa de la calle Anchorena donde yo en una semana escribí Las ruinas circulares. Durante esa semana yo comía con mis amigos, caminaba, pero lo único que quería era volver a esa casa porque nunca, ni antes ni después, pude escribir algo con la intensidad con que yo escribí ese cuento´. Esa intensidad es la que sintió y marcó para siempre a esta niña de diez años cuando leyó ese cuento pese a que intelectualmente no entendió nada, pero que quedó presa de esa pieza literaria, la única que salvaría por sobre el resto”.

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