Artes y Cultura

El bombardeo y toma de Paysandú, de la Colección del francés Emilio Lahore

BIBLIOTECaMERICA. El 21 de julio de 1996, EL TELEGRAFO con este título, presenta dos artículos de Augusto I. Schulkin, donde describe la Colección del francés Emilio Lahore, y la serie argentina obra exclusiva del pintor y fotógrafo Bernardo C. Victorica establecido en Concepción del Uruguay. También Miguel Angel Pias, escribió sobre otros registros fotográficos realizados por el Coronel Murature, Jefe de la Escuadra argentina, apostada frente a Paysandú, que se declaró neutral y desembarcó el 2 de enero separando las partes y evitando así una matanza generalizada.
Las fotos de Murature, están en el archivo del Museo Naval de El Tigre, en donde además se encuentran en exhibición dos Medallones de la Basílica, que los defensores a los cuales les salvó la vida, firmaron en su borde y le obsequiaron al Coronel argentino. Esos registros son elocuentes, en cuanto a la arquitectura y fisonomía del entorno de la Plaza Libertad,( hoy Plaza Constitución), como por ejemplo el frente de la Iglesia Nueva en construcción, y el edifico contiguo o también. la Comandancia del Gral. Leandro Gomez, en la esquina de Florida y Montecaseros. Otra construcción fotografiada es el Baluarte de la Ley, en la esquina de Montecaseros y la calle Real, hoy 18 de julio. Ninguno de estos fotógrafos estuvo durante los 33 dias del sitio. Hicieron sus tomas a posteriori de la caída de la plaza.
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toma de Paysandú FundaMERICAEPISODIOS HISTÓRICOS (Primera Parte)
Bombardeo y Toma de Paysandú —
Cruzada Libertadora —
Hechos que precedieron esos acontecimientos —
Lo que dice el práctico baqueano don Pablo A.
Dugrós —
Su actuación en la escuadra brasileña —
El “Villa del Salto” —
En el campamento de Flores —
Leandro Gómez y Lúcas Piriz —
Los fusilamientos —
La medalla de Caseros —
La barba de Leandro Gómez —
Lo que dijo el entonces coronel Suárez —
Veinte años después —


Un viejo y buen amigo, — el señor José Accinelli, — nos habló con entusiasmo del nuevo colaborador que hacemos conocer hoy a los lectores de EL DIARIO.
— Se trata , — nos dijo, — de un hombre de ochenta y seis años, de copiosa actuación en nuestras contiendas armadas y de una memoria tan prodigiosa que, a poco que ustedes hablen con él, han de quedar asombrados. Para mi sería el mayor placer, presentárselos.
Y allá fuimos, — Durazno 1341, — donde nos recibió el propio dueño de casa, señor Pablo A. Dugrós, de blanca pera militar, ni alto ni bajo, erguido y de andar resuelto. Nos contó su historia: francés de origen, — nadie lo diría al oírle hablar, — arribó a estas playas el 20 de Agosto de 1850- cuando apenas contaba trece años de edad, mandado buscar por su padre» don Andrés Dugrós, soldado a la sazón de la Legión Francesa durante la Guerra Grande, como así también lo eran sus hermanos mayores Juan y Pascual.
Persona de verba fácil, con un profundo conocimfento de nuestras cosas y de nuestros hombres de otrora, m aneja las fechas, — días, meses y años, — sin vacilaciones, matemáticamente. Don Pepe Accinelli no nos había exagerado. Aquel hombre era un prodigio; pero, nostros quisimos someterlo a pruebas más decisivas, y hablándole de acontecimientos históricos, citamos en más de una ocasión fechas equivocadas, que él no nos dejó pasar por alto, una sola vez, siquiera. Este roble humano, a poco de encontrarse en Montevideo, inició su carrera en la marina de cabotaje, sirviendo en distintos buques y visitando así, todos los puertos del Río de la Plata, del Uruguay y del Paraná.
El primer práctico baqueano
Muy joven todavía, se recibió de “práctico baqueano” cuyo certificado, — el primero en su género expedido en el país — está suscrito por el entonces Presidente Provisorio de la República, doctor don Francisco Antonio Vidal y por su Ministro de Guerra y Marina, general don Lorenzo Batlle. Más tarde le cupo el honor de ser fundador de la Corporación de Prácticos Baqueanos de los ríos de la Plata y Uruguay, de la cual es único sobreviviente.
Hombre ordenado, ha guardado con ponderable esmero su libro de navegación y un considerable número de certificados de capitanes de buques de guerra extranjeros, que elogian su conducta y su pericia.
Consagrado ya como exjperto piloto, sirvió durante poco más de un año a los gobiernos de Berro y de Aguirre, como práctico de los vapores armados en guerra ‘‘Artigas” y “Treinta y Tres”, tocándole como jefes en ese lapso de tiempo, al general Lucas Moreno, Baldriz, Eshaquetua, Benjamín Pérez y otros. Un incidente que tuvo con el comandante Cibils, lo determinó a abandonar el servicio.
I
Cuando Berro y Aguirre. . .
—’Pero… ¿Vd. intervino también en el bombardeo y toma de Paysandú y más tarde en la guerra del Paraguay? ¿Qué nos puede decir sobre tan interesantes tópicos?
— Oigan ustedes. Pero vamos por partes, porque estas cuestiones históricas hay que desenvolverlas con orden, ni más ni menos, como si se tratara de un ovillo de hilo. Tomemos pues, la punta del hilo de los sucesos. . .
— De acuerdo . . .
—.Pues bien. La historia ya ha hablado de loe gobiernos de Berro y de Aguirre y de las causas que motivaron la Cruzada Libertadora. El general Netto, brasileño, que más tarde fué suegro de nuestro ilustre compatriota el doctor don Domingo Mendilharzu, era poseedor de 16 a 18 suertes de estancia, lo menos, en el Departamento de Paysandú; y según dicen, era frecuentemente víctima de robos y atropellos, sin que las autoridades le prestaran mayor amparo. Así las cosas, aquel fuerte hacendado, se fué a Río de Janeiro a presentar sus quejas al gobierno de su país, sin que tampoco le hicieran mayor caso, porque los brasileños en aquella época tenían más simpatías por los blancos, que por los colorados.
La chispa
Pero, — prosiguió diciéndonos el señor Dugrós, — la causa principal que hizo explotar la chispa, y con ello determinó la intervención del entonces Imperio del Brasil, en la contienda armada planteada entre Flores y Berro, radicó en el siguiente hecho: Las fuerzas del gobierno tomaron contra su voluntad para el servicio de las armas, (procedimiento que dicho sea en honor a la verdad empleaban blancos y colorados), a un pardo brasileño, que habla llegado a Paysandú como tropero de unos vacunos, consignados al saladero de Casa Blanca.
— Yo soy extranjero, protestó el pardo, al ser apresado por la “leva”.
— ¿Tenés papeleta?
— No.
— Entonces, marchá.
Y el hombre “marchó”. A los pocos días el bisoño soldado ya uniformado y en tren de paseo, se encontraba en el puerto de aquella ciudad, en circunstancias que, un bote de la cañonera de su nacionalidad, la “Bell Monte” de estación allí, se disponía a regresar a la misma, después de haber dejado en tierra a varios de sus oficiales.
— ¡Oya, seu camarada! ¿Cómo tein pasado? gritó el de tierra al patrón del bote.
— Muito ben. ¿Quein eres tú?
— Un compatriota.
— M ais. . . sendo compatriota…
¿cómo serves tu a esta jente?
Y entonces fué que contó el soldado, como había sido obligado a servir por la fuerza no obstante sus quejas al cónsul brasilero en Paysandú, señor Mariato.
—’Vein con nosmo, que el comandante fará justicia, exclamó finalmente el del bote; y cuando el Invitado se encontraba ya dentro de la embarcación, la guardia militar del puerto, interviniendo, lo sacó violentamente, no sin que se produjera un incidente de palabras entre los tripulantes del bote y los soldados uruguayos, en cuya ocasión se cambiaron frases del siguiente tenor:¡¡castellaos disgraciaos!! ¡Macacos rabudos! y cosas por el estilo.
La cosa se complica
El patrón del bote dió cuenta de lo ocurrido, al oficial de guardia de la “Bell Monte”, quien asentó la denuncia en el libro de novedades. El segundo comandante — Abreu de apellido, — mandó aviso de inmediato al jefe de la nave, comandante Piqué, que pasaba la luna de miel en tierra, pues pocos días antes se había casado con una sobrina de Sequeira, mayordomo del saladero de Sacra. El comandante Piqué, vinculado al elemento social de Paysandú y amigo consiguientemente del general Leandro Gómez, jefe militar al Norte del Río Negro con su cuartel general allí, vió a éste en el sentido -de que no fueran a castigar a) soldado, al qiue desde ese momento le reclamaba.
— Es un asunto éste, — terminó diciendo a Leandro Gómez el comandante Piqué, — que arreglándolo entre nosotros, no podrá tener trascendencia.
El general Gómez que profesaba estimación al marino, encontrando muy en razón su pedido, prometió ordenar que se procediese de acuerdo con lo resuelto en la entrevista. Pero, lo cierto del caso fué, que Gómez, posiblemente por olvido, no dió la orden; y si la dió, fué desobedecido, porque al día siguiente al toque de diana, se dió tan fenomenal paliza al pobre pardo en el batallón en donde era obligado a prestar servicios militares, que falleció a consecuencia de los golpes recibidos.
Naturalmente, — prosiguió diciendo el señor Dugrós, — después vinieron, las reclamaciones diplomáticas. El Imperio del Brasil, exhumó viejas reclamaciones planteadas desde el año 52; exigió que se saludara a su pabellón con una salva de veinte y un cañonazos, y además la inmediata destitución del general Leandro Gómez del cargo de jefe militar de la zona al Norte del Río Negro.
El Ministro de Relaciones Exteriores señor de las Carreras, que años más tarde habría de morir trágica y cruelmente en el Paraguay a manos del tirano López que le enrostraba ser el causante de su desgracia en la guerra sostenida contra la triple alianza, contestó al gobierno brasileño que se saludaría al pabellón; pero que el gobierno oriental no se encontraba con aptitudes para proceder a la destitución del general don Leandro G{omez, porque se trataba de un militar de mucho prestigio.
Y fué ante esa, respuesta, que el emperador del Brasil, ordenó al general Mena Barreto, que se encontraba con su ejército en las proximidades de la frontera, que invadiese la “ Banda Oriental” y que reconociese al jefe de la revolución, general Venancio Flores, como beligerante.
El padre de Río Branco
— Pero. . . ¿y su intervención, señor Dugrós? inquirimos.
— Allá voy. Ya resuelta la intervención del Brasil, me tocó conducir como práctico hasta Buenos Aires,
el 10 de Agosto de 1864, a bordo de la cañonera brasilera “Araguaya”, al Ministro en Montevideo Sr. Pararihos, padre del Barón de Río Branco, que iba a celebrar una entrevista con el Presidente Mitre, a propósito de los sucesos de que les acabo de hablar.
En tal ocasión y en circunstancias que tomábamos café en plena navegación, hablando con aquel diplomático,
se lamentaba él mismo del empecinamiento del Presidente Aguirre y de su ministro de Relaciones Exteriores, al negarse a destituir a Leandro Gómez.
Una provocación
El 5 de Setiembre, el jefe de la tercera división Pereyra Pintos, tripulando la “Bell Monte” y seguido por la “Araguaya”, subió hasta el Salto con el fin de intimar al jefe militar de dicha plaza, coronel Palomeque, que desarmase al vapor uruguayo “Villa del Salto”, que después de su arribo allí, se encontraba fondeado en el puerto argentino de Concordia. Como el Coronel Palomeque prometiera que desarmaría al “Villa del Salto” mandado entonces por un tal Ribero, los buques brasileros retornaron de inmediato a Paysandú, con los “fuegos recostados” (semi apagados), aprovechando la corriente en favor.
Con no poca sorpresa, el 7 de Setiembre y cuando se encontraban entre la meseta de Artigas y Chapicuy, vieron venir a toda máquina, navegando sobre la misma costa argentina al “Villa del Salto”, engalanado con tres grandes banderas nacionales: una a popa y las otras dos en los mástiles de popa y de proa. Al enfrentar a los buques brasileños la tripulación del “Villa del Salto” trepándose por las jarcias con las espadas y machetes desenvainados gritaron a los marinos imperiales entre otras cosas, lo siguiente: ¡Viva el Presidente de la República!! ¡¡Mueran los macacos, esclavos del emperador del Brasil.
— ¿Y qué hicieron los brasileños en tal ocasión?
— ¡Y qué quiere que hicieran!
¡Nada! ¿No le dicho que el “Villa del Salto”, favorecido por la gran creciente del río, navegaba sobre la costa argentina? Cualquier disparo de sus cañones, habría ido a dar a territorio entrerriano; y ello hubiera traído una nueva complicación internacional, que, a toda costa querían evitar los brasileños.
Entonces, las calderas de los buques imperiales, empezaran a levantar presión, para poder perseguir al vapor oriental; pero como el “Villa del Salto”, estaba, en condiciones de poder navegar más ligero,
— ganándoles enorme delantera,
— se les distanció .

SEGUNDA PARTE

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