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¡Dequerusa al Parlar Lunfa! Edmundo Rivero con Ramón Mérica

AGONISTAS Y PROTAGONISTAS DE RAMÓN MÉRICA.

Está cantando el único caballo amaestrado, como decía un inocente de 18 años la semana pasada al pasar delante de la puerta del Ludwig Bar Beethoven de Punta del Este…

Y después la voz: El Perro, le dicen muchos.

Blanco de variadas ironías sobre su físico, su voz, sus mentadas manos, el hombre sobrevuela esas superficialidades a puro golpe de autenticidad. Es fácil comprobarlo: Noche a noche, bajo los spots del Ludwig Bar Beethoven de Punta del Este, Edmundo Rivero consigue amalgamar inteligencia y talento cuando ataca sus célebres temas lunfardos. Un código canyengue que él conoce y domina como pocos.
Siempre se la agarran con sus manazas velludas, enormes, suspendidas en el duro vuelo del compás que marca el reproche de Malevaje, por ejemplo, cuando no lo cargan por esa trucha cortada a hachazos, suerte de caricatura de sí mismo que el tiempo se ha encargado de dibujar (mejor dicho: de repasar sobre un dibujo ya hecho), cuando no ironizan a costillas del peluquín casi pelirrojo que custodia la coquetería de la cincuentena. Y después la voz: El Perro, le dicen muchos. Está cantando el único caballo amaestrado, como decía un inocente de 18 años la semana pasada al pasar delante de la puerta del Ludwig Bar Beethoven de Punta del Este, sin saber que ese caballo -o ese perro: tanto da- es una parte de la historia cantada del tango, más aún:de la música popular de estas latitudes.

para Edmundo Rivero, el Perro, una letra de tango no es un mero vehículo verbal entre la orquesta y el que oye, sino un espinazo de poesía

Pero entre tanta ironía o desenfreno verbal para calificar su voz o remedar su estilo o inventariar su físico -un físico inefable-, de eso todo el mundo parece estar de acuerdo, pero qué importa- no son muchos los que se atreven a salir a la defensa de este hombre que -le guste a quien le guste, caiga quien caiga- quedará en la antología del tango por muchas razones: algunas de las más livianas podrían ser la impagable versión de La última curda, tango difícil de cantar si los hay, de Infamia (una infamia de texto que él ha trasmutado en una severa interpretación), de Sur, tres ejemplos perdidos entre los cientos de tangos que han encontrado en él, más que un decidor de versos, un interpretador de sentidos. Como ha ocurrido con muy pocos colegas (Gardel, por supuesto, R. Berón, Vargas, Marino, Fiorentino, Roberto Ray, el Goyeneche anterior a las fantochadas del presente), como ocurre con Susana Rinaldi y ocurrió con Mercedes Simone, para Edmundo Rivero, el Perro, una letra de tango no es un mero vehículo verbal entre la orquesta y el que oye, sino un espinazo de poesía que cuando vuela es capaz de borrar con todo lo demás.

 

la importancia de Rivero en la historia del tango parece definitiva: nadie como él se ha atrevido a desentrañar en su sentido más hondo y más oscuro el hermético equipaje del lunfardo, ese trabalenguas rante y orgulloso

Pero hay más, y aquí es donde la importancia de Rivero en la historia del tango parece definitiva: nadie como él se ha atrevido a desentrañar en su sentido más hondo y más oscuro el hermético equipaje del lunfardo, ese trabalenguas rante y orgulloso, ese parlar cifrado que él conoce como pocos, esa clave canyengue donde los sentidos de las palabras quedan reducidos a una imaginería mental -como en el lenguaje chino- que apela al implacable «estar en la cosa»porque si no no se entiende nada.


Por eso, cuando todas las noches desenfunda su arsenal lunfardo en el Ludwig Bar Beethoven, es imposible no aferrarse a la idea de que cada palabra que canta esconde mil significados de ese lenguaje tan cercano y tan remoto, de ese código cifrado por el cuchillo y las noches de luna, por el coraje y la picardía, por la entrega total de un hombre por un capricho o una valentonada, como diría Borges. Menos posible, además, es resistirse a cercarlo, entre sus dos salidas de la noche, y tratar de indagar cuáles son las claves últimas del hablar lunfa, de dónde viene, quiénes lo usan, por qué él lo sigue tanto.

En la aparente soledad de un altillo donde los músicos se cambian y afinan sus guitarras, Edmundo Rivero no pierde la misma pasmosa compostura de la escena: sentado muy derecho en una durísima silla de madera, espera cada pregunta como si estuviera dando un examen. Y algo de eso hay.

-Señor Rivero: perdone la simpleza de la pregunta, ¿pero qué es el lunfardo? ¿De dónde viene? ¿Qué cosa?…
-Yo no se lo podría explicar…

 

 

 

CONTINUARÁ (En el libro que estamos por reeditar “AGONISTAS Y PROTAGONISTAS” de Ramón Mérica).

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