Veredas

Carlos Gardel en Salto y el periodismo de sopetón, en octubre de 1933

VEREDAS CAMINADAS POR RAMÓN MÉRICA.

Como se dice en el interior, desde la calle, ese edificio “no dice nada”.  Las perplejidades del periodismo de sopetón asomaron en un bolichito. Algunas veces, en el periodismo, una nota puede proponerse solita, de por sí, esperando que alguien la descubra. Es el caso de la siguiente, lo que le otorga el encanto de la sorpresa.

“El Mago” eligió la habitación número 32. Dato para quinieleros. “El Mago” eligió la habitación número 32 del entonces Gran Hotel Concordia del Salto. Dato para quinieleros. El lugar es un barcito que ha conocido más de un bautismo. Hace 30 años, cuando la muchachada estudiantil empeñada en descifrar la lengua y obra de Racine o de Moliére cruzaba la calle -una de las pocas empedradas- que quedan en la ciudad de Salto- y con un refresco y un refuerzo revivían las andanzas del Cid o las sinvergüenzadas de Tartufo, ese barcito era llamado “Lo de Lino”, por el nombre de su entonces propietario. Ocurre que justo enfrente funcionaba la Alianza Francesa y sobre sus escasas mesas se prepararon centenares de exámenes.

Hoy, nada ha cambiado, salvo el dueño: se le llama “Lo del Pibe”, bautismo derivado de su actual propietario, y si no fuera que la Alianza se mudó, se podría decir que el mundo se detuvo en Salto 30 años atrás. O quizás más. La novedad del nuevo regente es una suerte de pizarrón discretamente colgado en un rincón donde aparecen recortes de prensa de salteños destacados, algunas rarezas, pero también una rareza mayor que es la que provocó esta nota.

El patio más bello del Uruguay, sobre él se abría la habitación 32 donde habitó la voz más bella que haya dado el tango.

EL BELLO PATIO DONDE PASEO LA BELLA VOZ

El Gran Hotel Concordia, en el corazón de la ciudad, ya no es gran y tal vez se parezca más a una pensión que a un hotel, pero en sus años mozos supo de esplendores hoy desaparecidos, no así su impresionante patio sevillano sobre el que dan las habitaciones y galerías y donde lucen como en Calais los azulejos originales, algunos bancos que se defendieron del tiempo, y una floresta frondosa, digna del clima subtropical del Salto, donde los bananeros y helechos alcanzan alturas increíbles.

El cuarto donde estuvo Carlos Gardel hoy se ve así, en el Gran Hotel Concordia de la ciudad de Salto.

Como se dice en el interior, desde la calle, ese edificio “no dice nada”. Hay que atreverse a entrar, atravesar una puerta cancel y luego de pedir permiso, enfrentarse con ese rincón absolutamente único en el país. Un patio. Es lo que debe haber hecho el 23 de octubre de 1933 Carlos Gardel cuando fue a cantar al Cine Ariel de aquella ciudad y se quedó a parar en el Gran Hotel Concordia junto a sus compañeros musicantes Héctor Pettorossi y Guillermo Barbieri y allí permanecieron durante tres días.

“El Mago” eligió la habitación número 32. Dato para quinieleros. Y para curiosos fanáticos gardelianos que quieran visitar los muros que cobijaron a la voz más bella y perfecta que ha dado el tango.

¿Acaso no se visita en Venecia el cuarto número 21 del Hotel Daniele donde se encontraban George Sandy Chopin? ¿Acaso no se pide para entrar al lugar en Bruselas donde Verlaine y Rimbaud rompieron su romance, balazo mediante? ¿Acaso no se pregunta cuál es la habitación del hotel L´Hotel en París donde agonizó Oscar Wilde? ¿Por qué no la pieza número 32 del Gran Hotel Concordia?. ¿Por qué todo esto? Porque en el pizarroncito del bar del Pibe, en la empedrada calle Treinta y Tres, había pinchada una factura de hotel. “No. En realidad son tres”, aclaró el muy hospitalario dueño de casa, y no dudó en descolgarlas.

En la primera se leía “Carlos Gardell” (con doble ele), pero debajo estaban las de Barbieri y Pettorossi, donde se consignaban las consumisiones de los tres amigos durante su estadía en el Gran Hotel Concordia del Salto, en la calle Uruguay al 700.

¿Cómo llegaron esos documentos allí? “Un día vino un muchacho, un señor, y me dijo que tenía esas facturas, y si las quería poner en mi pizarrón. No dudé un minuto. Yo pienso que él debe de haber sido empleado del hotel cuando vino Gardel, y por eso las guardó. ¿Quiere hacer una fotocopia para El Pais? Cruce la calle que ahí enfrente hay un quiosquito en un garage”. Así, de sopetón, y sin pensarlo, puede atropellar el periodismo.

Crónica de Gardel en Salto, sección Veredas caminadas por Ramón Mérica, en El País, el domingo 19 de enero de 1997.

JEROGLÍFICOS ¿QUÉ SERÁ, SERÁ?

Las pruebas al canto. Si el Mago eligió el Gran Hotel Concordia para su estadía en Salto, por algo sería, más allá de la belleza impagable de su patio y sus galerías. Otra constatación de esa elección radicaría en su carta de comidas, que supo tener muy buena fama, y se sabe que Gardel era un goloso que debía cuidarse continuamente de las tentaciones gastronómicas. Y además los tragos, como lo consignan estas facturas de pago, donde el Grande hizo desaparecer cinco whiskies y Pettorossi sólo se atrevió con el Cháteau La Tour. Por entrar a tomar una cerveza en un viejo bar, “Veredas” se encontró con estos secretos. Pese a estar ordenadas con letra muy clara y buena caligrafía, las facturas presentan algunas oscuridades difíciles de descifrar. El día de su llegada al hotel, Gardel pidió una porción de algo incomprensible (1a. línea), de lo cual consumió una mitad el 24 (7a. línea), luego de haber bebido 5 whiskies, una Salus y tres medias Salus más. Con alojamiento incluído. Pagó un total de $11.90. Por su parte, Pettorossi, niño bien y distinguido, se conformó con una agua Salus, pero, attention!: lo único que bebió fue nada menos que Cháteau La Tour. En la 3a. línea de su factura no se entiende lo que pidió, pero barato no era:$1.20. Pagó por el total de la estadía $7.85.

La violeta del grupo fue Barbieri, que se conformó con varios atados de cigarrillos y un completo para el desayuno. Gastó $6.05, pensión incluida.

La factura de Barbieri, uno de los que acompañó a Gardel en el alojamiento del Hotel Concordia de Salto Si bien esos insumos hoy dan risa, hay que pensar que para la época serían respetables, sobre todo tratándose de un huésped tan ilustre que en ese momento tocaba el cielo con las manos y que non tenía preocupaciones de bolsillo. Sin embargo, pidió dos veces (una entera primero y otra media después) algo que muchas lupas consultadas por Veredas no llegaron a comprender.

Si algún perito calígrafo llega a descifrar las oscuridades de esas facturas, se agradece desde ya saber de qué se tratan. La curiosidad humana es infinita.

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